miércoles, 7 de octubre de 2009

FRANCISCO BENDEZÚ La Voz Hechizada












LOS AÑOS




A Carlos Araníbar



¿Dó está, amigo mío,

el aire transparente

de las noches de estío?

¡Oh mágico relente

de los años! Olvido...

Ya todo está dormido

La virgen que adoramos,

¡ay!, ya no la buscamos:

¿por qué mortal pradera

rodó su cabellera?

(Las desiertas estancias,

remotas, palidecen).

Las cortinas fenecen.

El corazón no suma

los meses a los meses;

el corazón rezuma

eternidad... ¡a veces!

¿Dó está, amigo mío,

el aire transparente

de las noches de estío?



(De Los años)

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ETERNIDAD



Solamente una mujer.

Solamente una ciudad.

Y la espesura del amor, al mediodía, como un vasto palacio de flores

y miel.

Mi juventud en las plazas, eterna.

Y las horas, leyenda.

Las horas, amada -desnudas.



(De Los años)

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MELANCOLÍA



Los días pasan

como tranvías.

El amor muere.

Melancolía.



Sal, cabelleras.

Sangre que mana

de mis heridas:

sangre perdida…



Las tardes rielan

en mi memoria

tal amarillas

fotografías.



(De Los años)

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ARCANO



¡Las ventanas arden

con luz de ayer!

Éxtasis. Oasis.

El tiempo es mujer.



¿Qué sombra sedienta

desmonta, a mi puerta,

del caballo blanco

del atardecer?



Con el hilo lento

que su sien destila,

la mesa ensangrienta

de mi padecer.



Visiones… (¡Oh luna

que remas -isleña-

por mi frente: nuda

rosa de mi ser!)



El silencio silba

y parte de las copas.

Las ventanas arden.

El tiempo es mujer.



(De Arte menor)

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SAUDADE



Ya no está en ninguna parte

la tarde de febrero.



Me imantabas como el ojo nupcial de la serpiente

o las líquidas trompetas del ocaso.



(La luna arrastraba cintas por las plazas.)



Tu cintura duerme

-fascinante óvalo de humo-

tensa y hueca.



Tu negra blusa de pavesas

cuelga inerte

de la percha invisible de la ausencia.



Tus cabellos -febril llama-

ya no tiemblan -esbeltos- en la lluvia.



(La luna arrastra cintas por la arena.)



Ya no está en ninguna parte

la tarde de febrero.



(El molde de tu cuerpo

la soledad lo llena.)



Y detrás de los trenes y naufragios

gritan lunas desfloradas.

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TWILIGHT



A Mercedes



Yo soy el granizo

que entra aullando

por tu pecho desquiciado.



Soy tu boca.



Yo atesoré a ras del sueño,

debajo de las horas,

el latido de tus pasos por el polvo de Santiago,

y tu densa fragancia de magnolia,

y tu lenta cabellera

con perfil de éxtasis o algas,

y el ardor fulmíneo de tus ojos, que de noche,

como naves sobre el mar,

la bruma iluminaban.



Como guijarros en la playa,

o nostálgicos boletos entre cintas y violetas olvidados,

enterré en mi corazón la línea de tu frente,

la piedra gastada de tus codos, tus sílabas nocturnas,

el fulgor de tus uñas, tus sonrisas,

la loca luz de tus sienes.

¿No sientes trasminar mi dolor a través de tu cuchara?

Mi memoria quedó tal vez en ti

como las ediciones vespertinas

en las bancas de los parques deshauciadas.



Tu sombra es mi tintero.

Juventud.

¡Juventud mía!

¿Qué tumbos socavaron

la torre más alta de mi vida?



¡No habrá nunca

hilo más puro

que tu larga mirada

desde lo alto de las escaleras,

ni lampo de poeta comparable

a la curva nevada de tus dientes!

Cantaba la mañana

en las pálidas cortinas y la hierba.

El tiempo cintilaba en tus vidrieras

como sólo una vez el tiempo parpadea.

Ya no estás entre las flores. Ni volverás

jamás a estarlo. ¿Qué tu amor sino labios

que escrituras en el viento fueron?



¡Yo quiero que me digan

si el amor, como los pájaros,

se va a morir al cielo!



Me acuerdo de una noche de trenzas y peldaños,

y óxido, y collares,

me acuerdo, como ayer, de lo futuro.



¡Quiero acuñar, como el otoño,

medallas en las calles,

o beberme llorando tu ausencia en los teléfonos,

o correr, correr a ciegas por

los tejados de todas las ciudades

hasta perderme para siempre o encontrarte!



¡Otra vuelta estar contigo!

¡Oh día de verano

extraviado en alta mar

como una mariposa!

Contra el flujo incoercible de los años

los días, uno a uno,

absurdamente buscan tu lámpara en las sombras,

no la penumbra, no el espejo de la muerte,

sino el cristal de la esperanza:

tu ventana que sólo está en la Tierra.



¡Aspersiones de ceniza para tu boca cerrada!

Otra vez tengo veinte años, y sonámbulo, y en llanto

a la puerta de tu casa estoy llamando,

al pie de tu reja, como antaño,

bajo la lluvia sin telón ni máscaras ni agua.

¡Oh zumbantes calendarios

que en vano el cierzo,

como a encinas,

deshojara!



¡No me digas que te quise! Te quiero.

Te debía este lamento, y aunque un grito

mi sangre apenas sea,

también te lo debía: un solo interminable

de un corazón en las tinieblas.



(De Cantos)

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SÚPLICA



¡Oh sal de los espejos,

reverdece en las sábanas de lino,

atraviesa los tabiques y los muros,

aparécete de pronto en las más ciegas estancias

o el balcón más desolado!



Me faltas en las bancas,

en el plexo, en la penumbra.

Por ti la noche arrolla el horizonte en los cipreses

y devanan las alondras la madeja del olvido.



Te he perdido. Ni bebiéndome

todo el cielo podré recuperarte

ni habrá talismán ni filtro ni hierba calcinada

que vuelva a hacer rayar el oro salvaje de tus hombros

contra el azul exhausto de las puertas de antaño.



¡Oh, desmantela la distancia,

detén las nubes, fulmina las semanas,

paraliza las mandíbulas del jaguar desmedurado!



¡Ven! ¡Oh, ven!

Como el oro entre el limo de los ríos,

como el vivo en las naranjas de la aurora,

como el bálsamo del sol en los pámpanos de enero.



(De Cantos)

Francisco Bendezú






Bibliografía


Ha publicado Arte menor (1960), Los años (1961) y Cantos (1971). Ha publicado gran número de artículos periodísticos y poemas que aún permanecen dispersos en diarios y revistas del Perú y el extranjero.
Es una de las voces líricas más enigmáticas y transparentes de la poesía latinoamericana.

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