martes, 3 de noviembre de 2009

ESTACIÓN DE LA MANO -Julio Cortazár- Cuento.






LA ESTACIÓN DE LA MANO


La dejaba entrar por la tarde, abriéndole un poco la hoja de mi ventana que da al jardín, y la mano descendía ligeramente por los bordes de la mesa de trabajo apoyándose apenas en la palma, los dedos sueltos y como distraídos, hasta venir a quedar inmóvil sobre el piano, o en el marco de un retrato, o a veces sobre la alfombra color vino.

Amaba yo aquella mano porque nada tenía de voluntariosa y sí mucho de pájaro y de hoja seca. ¿Sabía ella algo de mí? Sin titubear llegaba a la ventana por las tardes, a veces de prisa -con su pequeña sombra que de pronto se proyectaba sobre los papeles- y como urgiendo que le abriese; y otras lentamente, ascendiendo por los peldaños de la hiedra donde, a fuerza de escalarla, había calado un camino profundo. Las palomas de la casa la conocían bien; con frecuencia escuchaba yo de mañana un arrullar ansioso y sostenido, y era que la mano andaba por los nidos, ahuecándose para contener los pechos de tiza de los más jóvenes, la pluma áspera de los machos celosos. Amaba las palomas y los bocales de agua fresca; cuántas veces la encontré al borde de un vaso de cristal, con los dedos levemente mojados en el agua que se complacía y danzaba. Nunca la toqué; comprendía que aquello hubiera sido desatar cruelmente los hilos de un acaecer misterioso. Y muchos días anduvo la mano por mis cosas, abrió libros y cuadernos, puso su índice -con el cual sin duda leía- sobre mis más bellos poemas y los fue aprobando uno a uno.

El tiempo transcurría. Los sucesos exteriores a los cuales debía mi vida someterse con dolor, principiaron a ondular como curvas que sólo de sesgo me alcanzaban. Descuidé mi aritmética, vi cubrirse de musgo mi más prolijo traje; apenas salía ahora de mi cuarto, a la espera cadenciosa de la mano, atisbando con ansiedad el primer -y más lejano y hundido- roce en la hiedra.

Le puse nombres; me gustaba llamarla Dg, porque era un nombre sólo para pensarse. Incité su probable vanidad dejando anillos y pulseras sobre las repisas, espiando su actitud con secreta constancia. Varias veces creí que se adornaría con las joyas, pero ella las estudiaba dando vueltas en torno y tocarlas, a semejanza de una araña desconfiada; y aunque un día llegó a ponerse un anillo de amatista fue sólo por un instante y lo abandonó como si le quemara. Yo me apresuré a esconder las joyas en su ausencia y desde entonces me pareció que estaba más complacida.

Así declinaron las estaciones, unas esbeltas y otras con semanas ceñidas de luces violentas, sin que sus llamadas premiosas llegaran hasta nuestro ámbito. Todas las tardes volvía la mano, mojada con frecuencia por las lluvias otoñales, y la veía ponerse de espaldas sobre la alfombra, secarse prolijamente uno dedo con otro, a veces con menudos saltos de cosa satisfecha. En los atardeceres de frío su sombra se teñía de violeta. Yo colocaba entonces un brasero a mis pies y ella se acurrucaba y apenas bullía, salvo para recibir, displicente, un álbum con grabados o un ovillo de lana que le gustaba anudar y retorcer. Era incapaz, lo advertí pronto, de estarse largo rato quieta. Un día encontró una artesa de arcilla y se precipitó sobre la novedad; horas y horas modeló la arcilla mientras yo, de espaldas, fingía no preocuparme por su tarea. Naturalmente, modeló una mano. La dejé secar y la puse sobre el escritorio para probarle que su obra me agradaba. Pero era un error: como a todo artista, a Dg terminó por molestarle la contemplación de esa otra mano rígida y algo convulsa. Al retirarla de la habitación, ella fingió por pudor no haberlo advertido.

Mi interés se tornó bien pronto analítico. Cansado de maravillarme, quise saber; he ahí el invariable y funesto fin de toda aventura. Surgían las preguntas acerca de mi huésped: ¿Vegeta, siente, comprende, ama? Imaginé "tests", tendí lazos, apronté experimentos. Había advertido que la mano, aunque capaz de leer, jamás escribía. Una tarde abrí la ventana y puse sobre la mesa un lapicero, cuartillas en blanco, y cuando entró Dg me marché para dejarla libre de toda timidez. Por la cerradura vi que hacía sus paseos habituales y luego, vacilante, iba hasta el escritorio y tomaba el lapicero. Oí el arañar de la pluma, y después de un tiempo ansioso entré en el cuarto. Sobre el papel, en diagonal y con letra perfilada, Dg había escrito: "Esta resolución anula todas las anteriores hasta nueva orden". Jamás pude lograr que volviese a escribir.

Transcurrido el periodo de análisis, comencé a querer de veras a Dg. Amaba su manera de mirar las flores de los búcaros, su rotación acompasada en torno a una rosa, aproximando la yema de los dedos hasta rozar los pétalos, y ese modo de ahuecarse para envolver una flor, sin tocarla, acaso su manera de aspirar la fragancia. Una tarde que yo cortaba las páginas de un libro recién comprado, observé que Dg parecía secretamente deseosa de imitarme. Salí entonces a buscar más libros, y pensé que tal vez le agradaría formar su propia biblioteca. Encontré curiosas obras que parecían escritas para manos, como otras para labios o cabellos, y adquirí también un puñal diminuto. Cuando puse todo sobre la alfombra -su lugar predilecto- Dg lo observó con su cautela acostumbrada. Parecía temerosa del puñal, y recién días después se decidió a tocarlo. Yo seguía cortando mis libros para infundirle confianza, y una noche (¿he dicho que sólo al alba se marchaba, llevándose las sombras?) principió ella a abrir sus libros y separar las páginas. Pronto se desempeñó con una destreza extraordinaria; el puñal entraba en las carnes blancas u opalinas con gracia centelleante. Terminada la tarea colocaba el cortapapel sobre una repisa -donde había acumulado objetos de su preferencia: lanas, dibujos, fósforos usados, un reloj pulsera, montoncitos de ceniza- y descendía para acostarse de bruces en la alfombra y principiar la lectura. Leía a gran velocidad, rozando las palabras con un dedo; cuando hallaba grabados, se echaba entera sobre la página y parecía como dormida. Noté que mi selección de libros había sido acertada; volvía una y otra vez a ciertas páginas ("Etude de Mains" de Gautier; un lejano poema mío que comienza: "Poder tomar tus manos..."; le Gant de Crin" de Reverdy) y colocaba hebras de lana para recordarlas. Antes de irse, cuando yo dormía ya en mi diván, encerraba sus volúmenes en un pequeño mueble que a tal propósito le destiné; y nunca hubo nada en desorden al despertar.

De esta manera sin razones -plenamente basada en la simplicidad del misterio- convivimos un tiempo de estima y correspondencia. Toda indagación superada, toda sorpresa abolida, ¡qué acaecer total de perfección nos contenía! Nuestra vida, así, era una alabanza sin destino, canto puro y jamás presupuesto. Por mi ventana entraba Dg y con ella el ingreso de lo absolutamente mío, rescatado al fin de la limitación de los parientes y las obligaciones, recíproco en mi voluntad de complacer a aquella que de tal forma me liberaba. Y vivimos así, por un tiempo que no podría contar, hasta que la sanción de lo real vino a incidir en mi flaqueza, ardida de celos por tanta plenitud fuera de sus cárceles pintadas. Una noche soñé: Dg se había enamorado de mis manos -la izquierda, sin duda, pues ella era diestra- y aprovechaba mi sueño para raptar a la amada cortándola de mi muñeca con el puñal. Me desperté aterrado, comprendiendo por primera vez la locura de dejar una arma en poder de aquella mano. Busqué a Dg, aún batido por las turbias aguas de la visión; estaba acurrucada en la alfombra y en verdad parecía atenta a los movimientos de mi siniestra. Me levanté y fui a guardar el puñal donde no pudiera alcanzarlo, pero después me arrepentí y se lo traje, haciéndome amargos reproches. Ella estaba como desencantada y tenía los dedos entreabiertos en una misteriosa sonrisa de tristeza.

Yo sé que no volverá más. Tan torpe conducta puso en su inocencia la altivez y el rencor. ¡Yo sé que no volverá más! ¿Por qué reprochármelo, palomas, clamando allá arriba por la mano que no retorna a acariciarlas? ¿Por qué afanarse así, rosa de Flandes, si ella no te incluirá ya nunca en sus dimensiones prolijas? Haced como yo, que he vuelto a sacar cuentas, a ponerme mi ropa, y que paseo por la ciudad el perfil de un habitante correcto.








viernes, 30 de octubre de 2009

EL ARTE DE LA MÍMESIS Y EL ESPEJO:















Fernando González y su hijo Simón. -1958-
Derecha: Puente de San Juan 1943.
Puente Av. 33 1956


EL ARTE DE LA MÍMESIS Y EL ESPEJO:
CARLOS RODRÍGUEZ UN FOTO-REPORTERO
DE LA MEDELLÍN DEL SIGLO XX (*)

POR RAÚL HENAO.

Varias publicaciones artísticas y literarias: Foto-reporter de Carlos Rodríguez, Medellín, 1999 y Medellín Es Así por Ricardo Aricapa. (Universidad de Antioquía. Medellín 1998), Ciudad por Luis Iván Bedoya (Otras Palabras. Medellín, 1999) Amábamos Tanto La Revolución por Víctor Bustamante (Corpades, Medellín, 1999) Medellín me mata por Rubén Vélez (Hôlderlin. Medellín, 1999) aparecidas a finales de la década pasada, nos corroboran plenamente en la certeza de que Medellín es y será por mucho tiempo la ciudad mítica de Colombia, con perfiles de ciudad sagrada hispano-árabe, emparentada de lejos con la antigua Medina, la ciudad santa de Arabia Saudita, donde hace ya dos milenios, confluyeron la cultura islámica y la mazdeísta de los Medas o Persas, tal como nos asegura el poeta-sociólogo Djahanguir Mazari, en una medular- Improvisación Etimológica En Torno a Medellín (Magazín Dominical, El Espectador. Bogotá agosto de 1995): “el término Medaen (ciudades) es el plural de Medina, pero en árabe además del plural múltiple existe el dual. Ciudades gemelas o duales se dice Medellín (Medinein)”y agrega luego “al parecer esta ciudad hospitalaria y hermosa (...) es también una ciudad dual o gemela, constituida originalmente por las poblaciones de Bello e Itagüí”.

Pero lo que en realidad parece confirmar esta tesis o investigación etimológica de Djahanguir Mazari - que nos visitó en 1994, invitado al III festival Internacional de Poesía- es el carácter maniqueo, excluyente, contradictorio, de la ciudad que el poeta y sociólogo iraní no podía entrever ni conocer por no haber vivido un tiempo suficiente en ella.

Ya el profesor Luis López de Mesa, hablando de los orígenes de la ciudad nos dice que “había entonces en Medellín un estado de indecisión entre hacerse núcleo económico o núcleo cultural, e] entre dedicarse al juego de bolsa en el atrio de la catedral vieja -y muy rabiosamente por cierto- o consagrarse al estudio, con la numerosa y decidida cohorte literaria que por aquellos días creaba, sobre bases ya célebres, la literatura regional antioqueña, periodismo inclusive, novela y cuento sobre todo, y hasta ensayos del más altivo vuelo, amén de cierta escuela política de grande envergadura que engendró tres presidentes y una docena de legisladores y ministros nacionalmente ilustres” (Elogio a Medellín Revista Universidad de Medellín N0 51-1987).

Ese estado de indecisión o irresolución, al no haber hallado un punto de convergencia o reconciliación, donde el progreso material soporte (y no excluya) lo espiritual o cultural, explica entonces porque sus poetas y escritores oscilan permanentemente entre la adulación y el escarnio, el entusiasmo y la recriminación, el amor y el rencor, la diatriba y la devoción. Tomás Carrasquilla -por ejemplo- después de elogiar la belleza todavía inédita y bucólica de las afueras de la ciudad pasa sin más a censurar lo confuso o torcido de sus calles trazadas “a la diabla”, al dictado del atraco o el amor mercenario... Para concluir -él mismo, gestor o genitor por antonomasia de la cultura antioqueña-que “el alma medellinita debe ser una maraña “.

Por su parte Manuel Mejía Vallejo, refugiado en su tertuliadero de la calle Bolivia, se pasea desasosegado de un lado a otro, hablando de “la ciudad chismosa, del venga-vaya-venga, del corre-ve-y dile (...) del artista resentido y el escritor venido a nada y el intrigante y el poetiso y el embrochador de alcobas”. Y mientras Darío Ruiz Gómez en un ataque de nostalgia citadina -“alas de algo indefinible que sólo llegan a colmar las lágrimas furtivas”- se lamenta sobre las ruinas de la Estación Villa... Alberto Aguirre -el librero- editor que comprara “por 500 pesos” los derechos de autor de El coronel no tiene quien le escriba en un momento de resaca del futuro Premio Nobel- pide a gritos, luego de la demolición del Edificio Pasteur: ese “Partenón Terapéutico”, “un mamarracho”, que se colapse igualmente al Palacio Nacional, al Palacio de la Gobernación (el actual Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe) y al Palacio de Bellas Artes -“loor a la retroexcavadora”... Para levantar sobre ellos ¿qué? ¿Otro Edificio Coltejer? ¿La fachada de la librería Aguirre de Maracaibo entre Palacé y Junin?

En contraposición a la mirada parcial o las opiniones encontradas de los escritores antioqueños atrás mencionados, queremos reseñar -y recomendar- en esta ocasión, la lectura del libro Foto Reporter de Carlos Rodríguez y Ricardo Aricapa... Si de verdad se quiere conocer el auténtico rostro (y la máscara también) del Medellín actual (la vieja Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, fundada el 2 de noviembre de 1675 entre el Poblado de San Lorenzo y el sitio de Aná) porque la fotografía es el arte supremo de la mimesis y el espejo, el artificio de fijar la mariposa del pasado y el futuro, que ya se adivina; en las sales de plata del instante fugaz e irrepetible. “Oh detente tú que eres tan bello” diría Fausto, asomado a la cámara CONTAX, de fabricación alemana, con la que Carlos Rodríguez iniciara su trabajo como “fotógrafo de planta” del periódico El Heraldo, en el año lejano de 1932, y es que al final de cuentas una imagen o vista del Medellín del año 1948, el arco solitario del puente San Juan sobre el rio Medellín, en 1943, la calle Colombia en 1949, La Plazuela Nutibara en 1950, o el teatro Junín en 1960- poco antes de ser tumbado por la retroexcavadora de Aguirre- y por otro lado, de ; tantos personajes representativos y figuras destacadas de la vida política, religiosa, artística y cultural -el deporte, la farándula, el cine, la crónica roja y social etc. etc.- porque la reportería gráfica de don Carlos Rodríguez parece haber cubierto todas las facetas y aspectos de la vida urbana-. Nos llevan a parafrasear aquel adagio resabido de que una imagen (pero una de esas imágenes arquetípicas suyas) vale por mil palabras... de los poetas y escritores localistas o regionalistas ¡Gracias, don Carlos!...
Enviado por Raúl Henao.


NOTA BIO-BIBLIOGRAFICA
RAÚL HENAO:

Poeta y ensayista. Vivió en Venezuela, México y los EE.UU. Durante dos décadas colaboró en los suplementos literarios más importantes del país. Ha sido invitado a más de quince Congresos y Festivales Internacionales de poesía, entre ellos, al Festival de Curtea de Arges, Rumania (2001), El Salvador (2002) y Venezuela (2004).
Entre sus libros de poesía publicados se destacan Sol Negro, El Partido del Diablo y EL Virrey de los Espejos, una recopilación de su prosa poética.

El poeta Henao es considerado uno de los poetas más importantes en las letras hispanas, además de ser uno de los más refinados cultores de la poesía surrealista.

domingo, 18 de octubre de 2009

RAFAEL CADENAS - Fracaso y Derrota- Dos Poemas.




FRACASO

Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.
Fracaso, lenguaje del fondo, pista de otro espacio más exigente, difícil de entreleer es tu letra.
Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías,
más precioso que todos los triunfos.
Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme.
Por mi bien me has relegado a los rincones, me negaste fáciles éxitos, me has quitado salidas.
Era a mí a quien querías defender no otorgándome brillo.
De puro amor por mí has manejado el vacío que tantas noches me ha hecho hablar afiebrado a una ausente.
Por protegerme cediste el paso a otros, has hecho que una mujer prefiera a alguien más resuelto,
me desplazaste de oficios suicidas.
Tú siempre has venido al quite.
Sí, tu cuerpo, escupido, odioso, me ha recibido en mi más pura forma para entregarme
a la nitidez del desierto.
Por locura te maldije, te he maltratado, blasfemé contra ti.
Tú no existes.
Has sido inventado por la delirante soberbia.
¡Cuánto te debo!
Me levantaste a un nuevo rango limpiándome con una esponja áspera, lanzándome a mi verdadero campo de
batalla, cediéndome las armas que el triunfo abandona.
Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja.
Por ti yo no conozco la angustia de representar un papel, mantenerme a la fuerza en un escalón,
trepar con esfuerzos propios, reñir por jerarquías, inflarme hasta reventar.
Me has hecho humilde, silencioso y rebelde.
Yo no te canto por lo que eres, sino por lo que no me has dejado ser. Por no darme otra vida.
Por haberme ceñido.
Me has brindado sólo desnudez.
Cierto que me enseñaste con dureza ¡y tú mismo traías el cauterio!, pero también
me diste la alegría de no temerte.
Gracias por quitarme espesor a cambio de una letra gruesa.
Gracias a ti que me has privado de hinchazones.
Gracias por la riqueza a que me has obligado.
Gracias por construir con barro mi morada.
Gracias por apartarme.
Gracias.


****


DERROTA

Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.
***
Enviado por: Poeta Eufrasio Guzmán Mesa.



RESEÑA

Rafael Cadenas. Venezuela, 1930. Uno de los más lúcidos poetas y ensayistas venezolanos de nuestro siglo, incluido sin falta en las selecciones de poesía del continente. Su obra incluye Los Cuadernos del Destierro, Falsas Maniobras, Memorial, Literatura y Sociedad , Realidad y Literatura, Anotaciones y En torno al lenguaje. Premio Nacional de Literatura en su país en 1985.

RAFAEL CADENAS HA OBTENIDO el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara

Ganadores del premio FIL de literatura
Nicanor Parra (1991), Juan José Arreola (1992), Eliseo Diego (1993), Julio Ramón Ribeyro (1994), Nélida Piñón (1995), Augusto Monterroso (1996), Juan Marsé (1997), Olga Orozco (1998), Sergio Pitol (1999), Juan Gelman (2000), Juan García Ponce (2001), Cintio Vitier (2002), Rubem Fonseca (2003), Juan Goytisolo (2004), Tomás Segovia (2005), Carlos Monsiváis (2006), Fernando del Paso (2007), António Lobo Antunes (2008). Reciben 150 mil dólares.




viernes, 16 de octubre de 2009

MAROSA DI GIORGIO, Una Gentil Taumaturga. -Sylvia Simonet-





Marosa di Giorgio Medici vio la luz en 1932, en los alrededores de la ciudad de Salto, más precisamente en un paraje llamado San Antonio. Era la zona agraria de Salto, donde se afincaban familias de inmigrantes italianos que cultivaban la tierra en sus quintas. Una de esas familias, de origen toscano, era la familia di Giorgio Medici.

La infancia de Marosa transcurrió en ese ambiente bucólico y familiar. Era una niña callada y seria que prefería la meditación y un cierto aislamiento, y a la que deslumbraban las flores y los frutos de los huertos así como los pequeños animales que allí medraban.

En su adolescencia, ya trasladada a una vivienda más céntrica, asistió al liceo de Salto y también realizó cursos de arte escénico. Se sabe que ser actriz fue uno de de los deseos no cumplidos de Marosa. Empezó a escribir muy joven; a los 17 años ya revistas lugareñas publicaban sus obras juveniles.

Para ese entonces ya era familiar en las calles de Salto la figura de Marosa: “…mirada siempre absorta,/ paso mitad en vela/ mitad sonámbulo/”, al decir de otro poeta salteño.

Pero no sólo era característica su actitud, sino también su arreglo personal; siempre se atuvo a sus gustos propios y originales en lo referente a la moda y se vestía de uno modo que podía parecer algo extravagante. Por lo demás, era muy afecta a la bijouterie llamativa y de gran tamaño: anillos, pendientes, colgantes. También iba siempre maquillada y con su abundante cabellera crespa de color ticiano suelta sobre los hombros.

Comenzó a reunirse con un grupo de artistas-Enrique Amorim, el famoso escritor, Artigas Milans, pintor y poeta, Gregorio Rivero Iturralde, intelectual y fino poeta, entre otros- en largas veladas de las noches salteñas. Días de vino y rosas, dirá alguien al recordar ese tiempo.

Aquí nos referiremos a una particularidad del carácter de Marosa. Era tímida a pesar de su apariencia y ella misma confiesa que siempre sintió algo que la “separaba de los objetos y personas, una pequeña traba, una cosa leve, que la hacía sentir apartada del resto del mundo”. A causa de ello, cuando estaba con amigos muchas veces le era necesario tomar algo de alcohol para poder integrarse al ambiente. “El alcohol despliega algunas alas”, explicaba. No obstante, aclaraba que “para el trabajo no me agrega nada”.

Su primer libro publicado fue “Poemas”, de 1954, al que siguieron numerosos otros: “Humo”, “Druida”, “Historial de las violetas”, “Magnolia”,”La guerra de los huertos”, “Está en llamas el jardín natal”, “Los papeles salvajes”, “Gladiolos de luz de luna”. Su obra le fue granjeando reconocimiento dentro y fuera de fronteras.

Era dueña de un estilo personalísimo y exquisito. En sus poemas, textos que adoptan una forma muy similar a lo que entendemos por prosa, nos presenta un mundo mágico de deslumbrantes características. Ese universo es en el fondo, el mundo real de todos los días, pero transformado por la sensibilidad de la autora en un maravilloso despliegue. Estos poemas, nunca muy largos, son como relámpagos que iluminan brevemente el mundo maravilloso que le es dado ver a la poeta y han sido alguna vez descriptos como relatos oníricos.

Por eso la obra de Marosa ha sido relacionada a menudo con el surrealismo. La similitud está en que, como en las obras surrealistas, sus composiciones semejan visiones del inconsciente y lo soñado, en las que lo irracional prima sobre lo que está regido por la razón. Sin embargo, es de recalcar que no estamos aquí frente a “el automatismo psíquico puro” del que nos habla Breton. Esta transformación de la realidad que, cual gentil taumaturga nos ofrece Marosa, no es desordenada, sino que en ella obra una dirección, sutil pero firme, que tiende hacia la amabilidad y la belleza.

En 1978 la poeta se trasladó a Montevideo, ampliando de este modo sus horizontes. Su fama continuaba creciendo y obtenía premios y becas. Así fue que pudo viajar y visitó Europa, Estados Unidos, Israel, Argentina, Chile.

Su inspiración no le falló nunca y seguía publicando asiduamente. Nuevos títulos se agregaron a su obra: ”Clavel y tenebrario”, “La liebre de marzo”, “Mesa de esmeralda”, “La falena”, “Membrillo de Lusana”.

Hacía un tiempo que había empezado a dar recitales basados en sus poemas, recitales en los que se presentaba descalza, vestida de negro y oprimiendo un ramo de flores rojas contra su pecho. Recitaba con su voz grave y llena de sugerencias, dando así parcial cumplimiento a su antiguo deseo de ser actriz.

En 1993 aparece su libro “Misales”, que fue publicado con el subtítulo de “Relatos eróticos”. Esta obra marca un viraje hacia lo erótico, aunque los críticos han señalado que su literatura siempre estuvo “atravesada por un viento sexual”. Efectivamente, el universo que Marosa nos describe en todas sus obras, desde la primera hasta la última, es un universo eminentemente sensual, basado en las percepciones de los sentidos, y por lo tanto el componente sexual no podía estar ausente. En sus primeras obras, ese componente no aparece a primera vista, aunque está sin duda latente, como una fuerte corriente subterránea pronta a surgir en toda su potencia.
A este respecto podemos recordar que Marosa expresó que “la escritura es una manera de vivir el sexo. Una vía como cualquier otra, tal vez más completa y honda. (…) Mi erotismo sucede en otras zonas que no son la realidad.”

Sus últimos libros publicados fueron: “Camino de las pedrerías”, “Reina Amelia” (novela), “Rosa mística” y “La flor de lis”.

Marosa fue una persona más bien introvertida. Nunca se casó .Permaneció soltera y sin hijos. En una interesante entrevista publicada en “Búsqueda” en 1996 expresa: ”Me gustaron algunos hombres, me enamoré alguna vez, pero siempre sin atreverme a cruzar la laguna infernal y edénica.”

De lejos parecía orgullosa e inaccesible, pero esto era a causa de su timidez y su diferencia. En realidad era una persona cálida y de generoso corazón. Alguien que la conoció bien dijo: ”Después de todo, y a pesar de todo, Marosa tenía un alma de niña”.

Falleció en Montevideo en 2004. Sus restos fueron llevados a Salto una tarde gris y lluviosa y ahora reposa en su tierra natal, adonde, ya sabiendo que no volvería en su presente envoltura, dijo que lo haría convertida en mariposa.

Tomado de: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/simonet_sylvia/marosa_di_giorgio.htm


RESEÑA:


Sylvia Simonet nace en la ciudad de Salto, Uruguay, donde reside. Allí estudia y obtiene su Bachillerato. Luego cursa Licenciatura de Letras y Literatura Inglesa en la Facultad de Humanidades de Montevideo.
Como escritora cultiva el cuento corto, la poesía, el ensayo. Ha recibido numerosos premios y distinciones, tanto en su país como fuera de fronteras (Argentina, Brasil, España, Italia)
Algunos de los más significativos son: Primer Premio en el III concurso de Cuentos "Melvin Jones" (Montevideo, 1987); Primer Accésit en el XIV Concurso de Cuentos "Bustarviejo (Madrid, España, 1990); Gran Premio en el Primer Concurso del Prosa del diario "Los Principios" (San José, Uruguay, 1992; Primer Premio categoría Ensayo en el XX Concurso "Dr. Alberto Manini Ríos"(Montevideo,1998); Primer Premio en el VII y IX Concursos de Artículos sobre el Antiguo Egipto, de la Sociedad uruguaya de Egiptología (Montevideo, 2000 y 2002 respectivamente); Primer Premio en el Certamen de Poesía "Rocco Certo", sección Uruguay (Tonnarella, Messina, Italia,2002).
Es socia de la Asociación Uruguaya de Literatura Infantil (A.U.L.I). de la Asociación de Escritores del Interior (A.E.D.I.) y de la Asociación Uruguaya de Egiptología. Colabora en diversas publicaciones: diarios, revistas, boletines, sitios de Internet.
Ha sido jurado de concursos literarios y asistido a simposios internacionales.
Ha integrado numerosas ediciones colectivas .Algunas de ellas son:"Uruguay Narrativa", ediciones A.E.D.I., Montevideo, 1989; "Uruguay Poesía", ediciones A.E.D.I., Montevideo, 1990; "La mujer en palabras de mujer", ediciones "La República", Montevideo, 1990; "El cuento y los cuentacuentos", ediciones A.U.L.I., Montevideo, 1997;"Desde Perú y Uruguay:cuentos y poemas para niños", coedición Biblioteca Nacional del Perú y A.U.L.I., Lima, 1998; "Gira-rima", edición Concultura, El Salvador, 2002; "Memoria de las manos", ediciones A.U.L.I., Montevideo, 2002; "Andersen: versiones y conversiones", ediciones A.U.L.I., Montevideo, 2005.
Ha publicado tres libros en forma individual: "El espejo biselado", 1993, conjunto de cuentos cortos, "Nina-Minina", 2002, narraciones para niños y "Los meses australes y otros haikus", 2004, poemario




MAROSA DI GIORGIO - El Jardín Encantado-







A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar...

A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar
a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras
pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.

De "Historial de las violetas" 1965

***


Bajó una mariposa a un lugar oscuro...

Bajó una mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron: -Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me arrodillé y vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un hombre de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se irguió y se marchó.
Y esto que parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente en una caja.

De "La liebre de marzo" 1981


***


Misa del árbol

Al despegarse del árbol tomó por la callejuela, que iba empinada y en tramos y hechas con baldosas rudas. Al rato, pasaban las mujeres; jóvenes y viejas eran iguales bajo los negros hábitos y la trenza.
Al que las partía por la mitad desde la nuca al ano.
Vio que eran flacas como bien sabía. Con pechos gruesos, aunque no se veía. Algunas los llevaban sueltos y expuestos. Había tenido varias. Esa tarde iba de caza, también. Ellas, como siempre, no lo miraban. El sol estaba aún radioso.
De pronto, una se perfiló en la altura, luego se puso de frente y empezó a bajar. Él empezó a esperarla. Como si hubiese salido a esperar a Una.
Cuando Una estuvo más cerca, se encandiló. Se dijo: -Quiero atrapar a Una.
Ella pasó delante de él y para mejor vio que bajo el pollerón negro, relampagueaba una enagua de papel rosado. Los vuelos de la enagua hacían un bisbiseo, un susurro. Como si la enagua fuera el diablo. -Una -le dijo- Venga a mí, coneja, señora Una. Venga al árbol.
A las veras estaban los tazones, (del tiempo de las reinas), era porcelana transparente, con un zapallo dentro, una albahaca, un cebollón emperlado. Él vio eso vagamente, como si todo hubiese quedado ya sin precisar.
Señora Una miraba en otro jarrón y miraba mucho:
-Tiempo Violena, dijo. Y él no añadió nada. Pero adentro de eso, del jarrón, iba una caballa con caracolillos insertos que se la comían viva. Tal vez, dijo él, esto a la señora caballa dé placer. Es casi seguro que los caracolillos, al comerla, hacen de maridos.
(Y ¿cómo habría nacido esa caballa? ¿Habría llovido? No lo percibió).
La pálida mujer opinó que sí, que la señora caballa tendría gusto en eso. Que ella era de buen oído y la oía gemir.
Su cara era en forma de almendra. Llevaba desde la oreja colgada la consabida cuchara de té. Es una virgen, entonces. Qué almíbar. Pero, no dejó de temer.
-Venga, señora. El árbol está cerca. Allá podrá quitarse los negros velos, decía sin sacar ojo de lo que había debajo, el revoltijo hechizado, el vuelo de las hortensias.
Con leves pies ella iba saltando hacia abajo, al parecer, justamente adónde él ansiaba llevarle. ¡Con qué facilidad la traigo! se decía.
Le dijo llamarse Manto -mintió como siempre, sonrió para sí- y tener una maravilla para ella.
Tendió los dedos y tocó la gasa incendiada, volante. Ella se estremeció. Como si la hubiese tocado allí adentro.
Las jarras con flores y gruesas caballas se sucedían a los costados.
Él iba un poco detrás de Una (sin comprometerse) que no hablaba casi nada; a ratos, se mordía los labios.
Comenzó, como era lógico, a anochecer.
-Es raro que no pase más nadie -comentó ella y fue lo único que habló durante todo el rato.
-Es una suerte, pensó él.
En realidad, parecía haberse acabado ya todo, de un modo singular.
Él, algo perplejo, indicó: -Llegamos a mi habitación. Es allí. Es esa planta.
Ella se dirigió a la planta como si la conociese, estuviera segura de algo. Quedó de pie. El viento le levantó el vestido, se lo llevó cerca del óvalo y quedó fuera la enagua rosa, el color de las fresias.
Pero, ¿qué significa todo eso?
Él ordenó con una sonrisa arriba del bigote:
-Arrodíllese, señora. Oremos. Es bueno rezar antes. Porque después se peca tanto. Que a eso vinimos. Como usted sabrá. A pecar. La miró. Ella asintió apenas.
Así se hizo; rezaron un poco. Señora Una parecía de almendra, que le hubiesen quitado la piel marrón y estuviese blanca y expuesta.
Él le preguntó: - ¿Le duele algo? ¿Está bien, señora? ¿No tiene padres?
Sobre esto escuchó.
A todo respondía vagamente, con un leve movimiento de boca que no se sabía que era. En un instante tuvo intenciones él de deshacerse ese fardo místico, que se fuese por la escalinata, por el aire de donde había surgido.
El árbol se iba entretanto prendiendo despacio, se iba volviendo de hilos rubí; se le aparecían unas pajarillas rígidas, apenas vivas, que movían apenas la cabeza, y eran de todos colores, a cuál más luciente. Y entre ellas unas varas rectas de azul violeta con globos lilas. Todo rígido y resplandeciente.
Querida Una estaba tendida en la mesa; era en el pasto pero parecía la mesa, como esperando el regalo, sin mayor apuro ni sorpresa.
Él tironeaba de la enagua en flor advirtiendo con espanto, que la enagua procedía de ella; estaba hecha de la misma leve carne, sujeta con pedúnculos vivos a todo el cuerpo.
Era una gran enagua sexual, todo de ovarios, todo de clítoris recios, como pimpollos de rosas rojas en hilera.
-Está usted colmada... Hay muchos, varios, le decía él, triste -sin saber por qué- y gozosamente. buscaba enceguecido entre todo, entre todo el vuelo, el nervio central que atacar.
Lástima que ella no guiase en nada. Era terrible aquel delantal.
Y el árbol que se hacía inminente, que casi estorbaba con su mascarilla. ¿Por qué se habría puesto así tan guarnecido y tan rígido?
La almendra tendida en el piso esperaba. Quizá qué. Él escudriñó el viso hecho de rosas moradas. La luz del árbol caía sobre las rosas. En el árbol se encendían lirios catedralicios, que no ayudaban en nada. Al contrario.
La trenza de ella se había deshecho secretamente. Estaba todo el pelo bajo de ella como una frazada de seda.
¡Qué momentos!
Él le preguntó si no había estado casada. Ella le contestó que muy poco, un rato.
¿Cómo muy poco? ¿Cómo un rato?
-Un ratito. Y hace mucho, mucho, señor. Agregó Una.
Él buscó con su cuchillo sexual entre todo lo del viso buscando la almeja céntrica. Ella se estremecía como si la hubiese atado al cielo.
Pero a la vez parecía lejos como si no fuese ella. Él pensaba como siempre. Habrá tenido otros maridos. Todas tienen. Y le buscó la caravana que ya no estaba, tal si ella dijese: Ahora, sí, la quito.
Este detalle leve apresuró a él, la acomodó a su gusto, a su interés, ella caía de espaldas, se quedaba como de papel. Las manos se le volvían ramos.
En ese instante surgió lo que buscaba. Las dos valvas crípticas, perfumadas y de grana; tuvo miedo que se le esquivasen otra vez entre los tules y demás cosillas de fuego de la enagua. La sujetó bien e hincó el puñal. Ella dio un leve ay. El pimpollo hizo un leve plop como si se cruzaran dos papeles.
Había desde el árbol un sonido.
Ella parecía ajena a todo. Pero seguía viniendo un leve rumor de pericos y de lirios.
-¿No escucha nada? dijo él. ¿Es todo de flor, señora? Acabo de comerle la rosita. ¿Le gustó? Veo que tiene muchas.
Vaciló. Subió a mirarle los senos. Se había olvidado de eso que nunca olvidaba; miró. Grosos, bellos. Y habían quedado fuera. Con ellos no copuló.
Le miró la cara que se mecía un poco. Estaba dormida. Tenía un ojo cerrado. El otro ojo confuso y abierto, le decía: Prosiga señor, no siga. Señor, prosiga.
Él miró el árbol, rojo de misa. Era incomprensible, pero dudaba. ¿Sentarse otra vez a seguir? Cruzó la callejuela, y como no supo bien que hacer, miró los vasos (de un tiempo de reinas), en unos salía la flor de zapallo y seguía viaje. En otro bogaba una caballa pasada por un pez largo.

***


Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio...

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio;
otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son
blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma,
la estatua de una paloma; otros son dorados o morados.
Cada uno trae -yeso es lo terrible-- la inicial del muerto
de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne
levísima es pariente nuestra.
Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y
empieza la siega. Mi madre da permiso. El elige como un
águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende a su raza.

De "Los papeles salvajes" 1971


***


De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar...

De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar
arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;
después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó
ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas.
Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas:
"Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...".
Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía
calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance
de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó
la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este,
el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran.
De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,
arriba de las calas.

De "Los papeles salvajes" 1991


RESEÑA:

Poeta uruguaya nacida en Salto en 1934. Desde 1978 se radicó en Montevideo donde inició su carrera poética en 1954 con su obra «Poemas». Su ascendencia italiana y vasca la convirtió en una poeta singular, cuya obra respondió siempre a las exigencias de su mundo interior, donde la naturaleza, la magia, la mitología y el misterio, se convirtieron en importantes protagonistas.El conjunto de su obra, reunida en «Los papeles salvajes», se amplió con dos volúmenes que incluyeron «La liebre de marzo», «Mesa de esmeralda», «La falena», «Membrillo de Lusana» y «Diamelas de Clementina Médici». Sus poemas y relatos fueron traducidos al inglés, francés, portugués e italiano. Recibió importantes distinciones entre las que se destacan la Beca Fullbright y el Primer Premio del Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2001.Falleció en el año 2004. Su poesía recrea magistralmente un espacio de memoria lleno de evocaciones y de seres fantásticos.

jueves, 15 de octubre de 2009

EUNICE ODIO - El Acento del Cuerpo en la Poesía Costarricense- Miguel Fajardo Korea.









Me propongo abordar un tema esencial en las manifestaciones artísticas, como lo es la escritura del cuerpo en la poesía costarricense. Desde esa perspectiva, la escritora Eunice Odio (1919-1974), con su poemario Los elementos terrestres (1) , es la pionera del abordaje corporal dentro de la poesía vanguardista costarricense, donde se pueden correlacionar las diversas partes de la anatomía (2) con un amplio registro simbólico y cultural.

El Salvador es un espacio centroamericano altamente estimado por Eunice Odio. En 1957,el Ministerio de Cultura de El Salvador le publica su libro cumbre El tránsito de fuego. Eunice estuvo en El Salvador en algunas ocasiones (3).

Eunice Odio inicia esa tematización cuando dicha práctica transgredía el comportamiento de la tradición patriarcal. Su poesía vanguardista reconoce el cuerpo y explora la sexualidad, tanto femenina como masculina e, igualmente, sus relaciones con el goce o el deseo. En el desarrollo de los poemas se utiliza un desplazamiento que se apoya en la intervención de la mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia partes erógenas; de esta manera, establecen un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del otro.

En Los elementos terrestres, la percepción del cuerpo es múltiple, porque es un espacio para la significación expresiva del reconocimiento individual. El cuerpo se nombra y muestra, es decir, se compone y se reconstituye. Genera sentidos, en la medida en que las partes de la anatomía representan un espacio, visible y tangible, a partir del cual se toma conciencia de él. El cuerpo se redescubre y completa en el lenguaje del otro.

El diálogo de lo femenino y de lo masculino se extiende a los planos de la corporalidad; ella busca al amado por las inmediaciones de su propio cuerpo y reposa en el del amado. De ese modo, la imagen del cuerpo es una especie de tejido que se muestra y concreta en la mirada del otro.

La perspectiva intercorporal opera, entonces, como un código dialógico que posibilita el goce: “Tú me conduces a mi cuerpo, / y llego, / extiendo el vientre / y su humedad vastísima, / donde crecen benignos pesebres y azucenas / y un animal pequeño, / doliente y transitivo” (LET, 125) (4).

La mención de elementos animales, vegetales y líquidos, comprueba que el lenguaje erótico cotidiano está lleno de ejemplos de cuanto sucede en la naturaleza. Los murmullos, los rugidos, los arrullos, el correr del agua, el vaivén de las olas, los gemidos de toda suerte de animales son imitados en el juego erótico: “Mi sexo como el mundo / diluvia y tiene pájaros, / Y me estallan al pecho palomas y desnudos. / Y ya dentro de ti / yo no puedo encontrarme, / cayendo en el camino de mi cuerpo” (LET, 124).

Por ello, se establece una relación entre la naturaleza y el cuerpo, es decir, la naturaleza se comporta como intimidad o deleite. La conjunción de la vegetalidad remite a la estética del jardín (jazmín, lirio, rosa) y connota la delicadeza sensual y erótica: “Entraremos de pronto en el verano como árboles / vegetalmente abiertos de oídos y de polvo (…) Y a la altura del pecho y la labranza / semilla de silencio y luz desierta” (LET, 136-137).

La hablante ve al hombre como su complemento, porque “él camina en parte / con mi alma”. El amado apela al sueño, que atrae en ausencia el modo de llegar hasta ella para conducirla al encuentro de la unión sexual de la pareja. De esta forma, en el texto se busca al amado, lo cual podría considerarse como la incompletitud del yo sin el otro. Por más satisfactoria que se presente la relación entre los amantes, siempre se plantea un vacío que impulsa el deseo de buscar en el otro lo que complementa.

La amada busca al amado, quien es su amante, camarada, huésped, hermano, es decir, un ser que pareciera serlo todo. Según Octavio Paz: “el erotismo es una experiencia total que jamás se realiza del todo porque su esencia consiste en ser siempre un más allá. Éste se refiere al cuerpo ajeno como un obstáculo o un puente que en uno y en otro hay que traspasar” (5).

En el poema cuarto, el hombre ve a la mujer asomada a su pecho; ese sustantivo se repite y es plurisignificativo. El amado la contempla en un proceso de evolución física y se marca con los oxímoros “pecho diurno” y “voz descalza”, los cuales evocan elementos corporales en cualificaciones inacostumbradas. La escritura erótica de este poemario celebra el descubrimiento del cuerpo humano como un espacio de deseo que no tiene como fin la reproducción, con lo cual el texto plantea un orden subversivo, toda vez que rompe lo convencional. En estos poemas se explora el goce sobre la base del reino de los cinco sentidos, lo cual posibilita la utilización de los diversos recursos expresivos. La sensualidad corporal implica, por lo tanto, una vía para afirmar la sexualidad.

El sistema de significados poéticos recurre tanto a la metáfora como a la metonimia, cuyas relaciones por similitud y contigüidad son recursos básicos para ordenar el discurso, y como elementos constructivos de la función poética, apelan al sentido del mensaje para intensificar el acento expresivo. El paralelismo, la anáfora alternada o la repetición son procedimientos retóricos donde se localiza la función de la semiosis de los poemas. Otras figuras como el símil, el encabalgamiento, el oxímoron, la interrogación retórica o la antítesis, ayudan en la intencionalidad expresiva de conformar la estructuración semántica del texto y contribuyen a la construcción discursiva de la dialogicidad; del mismo modo, resultan decisivos los acentos de lo corporal y el registro de elementos sexuales y eróticos, ya que, en todos ellos, se desprende el nudo de significación amorosa que presenta el texto.

Es evidente la presencia de matizadas asociaciones del cuerpo léxico con el sexo oral: “pozo”, “boca”, “resbala”, “paloma” y la referencia a la salinidad. Los muslos se llenan de erotismo. La metáfora los “manojos de agua” puede relacionarse con el orgasmo, lo cual se amplía con el sustantivo “espuma” y la cavidad física del pozo-vagina vista como “rebaño secreto”, con lo cual se puede hablar de la presencia de metáforas que remiten a lo erótico y a lo sexual. La poética corporal de lo líquido se asocia con la eroticidad del cuerpo, donde todos los flujos indican movimientos naturales que se equiparan con los derivados del goce sexual. Por lo tanto, el agua funciona como fuente de vida, con gran poder sensual y elemento de unión amorosa cuando aparece en el contexto de la expresión sexual: “Parpadea tu voz, / sencilla como el mar cuando está solo” (LET, 124); “Yo haré que de tus muslos / bajen manojos de agua; / y entrecortada espuma, / y rebaños secretos” (LET, 127).

El sistema de significados poéticos alude a la relación sexual con el otro, en una experiencia física y corporal. La amada se propone un recorrido por la geografía del cuerpo amado; así como él explora el cuerpo de ella. El cuerpo opera, entonces, como un vector que se anhela poseer, con firme expresividad amorosa y como acción de completitud. Debe destacarse que en el acento poético odiano, la mujer es sujeto del deseo y no objeto, es decir, su participación es activa y creadora. La poesía del cuerpo construye, sin duda, un espacio de expresión social que censura las restricciones y los silencios históricos.

En Los elementos terrestres, el cuerpo debe leerse de manera que construya diversas posibilidades de relación, tanto consigo mismo como con los demás, sin que las diferencias sexuales alcancen papeles jerárquicos. Las partes del cuerpo se relacionan con un amplio registro simbólico y cultural. La voz femenina, al escribir de su cuerpo, escribe su cuerpo, su deseo, su goce, su deleite. Ella es capaz de nombrar y también se nombra. Mediante el lenguaje construye su propia subjetividad activa, por ello, ambos amantes participan con placer del acto amoroso, porque es el goce de la experiencia, de la inclusividad.

“Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos
como semilla de éxtasis,

que le lleve mi cuerpo
reclinado de palomas,

y que llene su boca
de sol y mediodía” (LET, 142).

Aquí, la oración compuesta incorpora verbos, cuya disposición significativa es interesante: “queréis”: desear o apetecer, tener voluntad o determinación de realizar algún hecho; “vaya”: indica el movimiento del lugar real al posible; y “ofrezca”: comprometerse alguien a dar o hacer una acción particular. En el segundo apartado se reduce a uno, “lleve”: conducir algo (mi cuerpo) desde un lugar alejado de donde se habla o se sitúa mentalmente la persona; y concluye con “llene”: ocupar un espacio vacío con la idea de satisfacer el apetito sexual (su boca). Obsérvese el hecho que la amada solicita ir y ofrecerse “en sus manos / como semilla de éxtasis” (6).

El cuerpo es un tejido que se teje con la huella del deseo, por lo tanto, muestra una gama de sentimientos expresados por medio del lenguaje. El cuerpo posee una dimensión unificadora. Es un lugar donde se construye el goce, la sexualidad. Utiliza un discurso que se apoya en la intervención de la mirada, la cual provoca un desplazamiento de los amantes hacia las partes erógenas; de esta manera, establecen un vínculo que se materializa en la provocación de uno y en la respuesta del otro, porque el contacto físico es la experiencia que inicia la vivencia y el conocimiento de lo erótico.

En el poemario Los elementos terrestres, de Eunice Odio, hay referencia a 39 partes del cuerpo y, en conjunto, comprenden 133 menciones corporales. Los semas de mayor recurrencia, con 17 y 18 alusiones son el “cuerpo” y el “pecho”, que opera como una zona erógena, un símbolo activo de la sensualidad, mediante el cual se percibe los fuertes latidos del corazón, propiciados por el clima sexual de la pareja. Desde el primer poema, la voz de la amada llama al amado para que se inicien en el deleite de sus cuerpos:

“Ven
Amado.

Te probaré con alegría
tú soñarás conmigo esta noche” (LET, 119).

El objeto del amor es visto como lo que se come, se saborea, se degusta. Un recurso sugestivo que proyecta el tipo de caricias que recibirá el amado. Lo que al inicio aparece como un llamado “Ven” se convierte en experiencia “te probaré”, lo cual implica una certitud de contacto.

Los cuerpos de ambos se convierten en espacios tangibles, llenos de zonas erógenas. El pecho, la boca o la cintura sugieren que no queda ningún sitio sin explorar. Al leer el texto como un recorrido corporal, el erotismo se encuentra sugerido en el lenguaje simbólico utilizado y se enriquece con todo tipo de alusiones a prácticas culturales sobre el amor y el sexo. Según Barthes: “exploro el cuerpo del otro como si quisiera ver lo que tiene dentro, como si la causa mecánica de mi deseo estuviera en el cuerpo adverso” (7).

En el texto, el sexo no se presenta como una culpa, mancha o pecado; por el contrario, hay una tendencia a reivindicar el cuerpo y la sexualidad de ambos géneros como una demanda de amor, con alusiones al sexo y a sus zonas erógenas, en aras del goce y el disfrute. La fuerza de lo sexual radica en las referencias a los momentos que compartió con él: el cuerpo que tuvo tangible, pero que ahora está ausente.

Según Barthes: “La ausencia amorosa va solamente en un sentido y no puede superponerse sino a partir de quien se queda –y no de quien parte-: yo, siempre presente, no se constituye más que ante tú, siempre ausente” (8). La amada pregunta a otros por su amado y utiliza semas corporales que le evoca la figura masculina, tanto es así, que valora el cuerpo del otro en el momento en que erogeniza la realidad corporal del muslo del amado como una “daga sumergida en la noche”. Hay una descripción fálica (daga), símbolo de potencia generadora, pero “ya no tiembla en el aire”, porque está “sumergida en la noche”.

Hay numerosas referencias a las diversas regiones del cuerpo que funcionan como símbolos corporales de la sensualidad, por ejemplo, las zonas orificiales y erógenas del cuerpo: oral –boca, pecho-, así como los órganos sexuales referidos a la vagina y al falo. La profusión de imágenes sensoriales se convierten en un código de la expresión sexual que marca el orden de lo femenino y de lo masculino con énfasis en la carnalidad, pero aquí va mucho más allá de la procreación y de su condicionamiento social; así, el texto reivindica el cuerpo y el descubrimiento gozoso de la sexualidad. En ambas perspectivas, las demandas eróticas apelan al placer del cuerpo, al goce de la experiencia sexual.

En este poemario, el alma está en un sitio donde puede ser comida: en el cuerpo. El sitio de la convocatoria es el topos de la corporalidad humana: “Antes que yo se te abrirá mi cuerpo”. El poder del cuerpo y la palabra confirman la identidad y el desafío en el ser físico de los cuerpos amantes: ella en él; él en ella. El sustantivo “alma” es puesto en relación con las siguientes partes: cuerpo, brazos, cuello, aliento, corazón, uñas, oídos, mano y piel.

En este poemario de la autora costarricense se puede establecer algunos mecanismos discursivos que sugieren la unidad poética entre los planos humano y espiritual. Simbólicamente, la tierra se opone al cielo, y es asociada con la mujer por su carácter productivo y material. Por ello, desde el íncipit se habla de los elementos de la tierra; la corporalidad es su distintivo, su materialización. Al mismo tiempo que se tiende a buscar lo espiritual, en el texto se “eleva” o destaca lo corporal, situación que propicia considerar que lo espiritual está inmerso en lo terrenal y se expresa en esas descargas eróticas y sexuales de los amantes.

Para ello, el recurso estilístico es la relación de contigüidad entre los términos abstractos, junto con las alusiones a las partes de la anatomía corporal: “Ven / comeremos en el sitio de mi alma” (LE, 119); “Y por mi cuello en que reposa tu alma” (LE, 125); “y es como piel el alma –no se siente” (LET, 137). En suma, con dicha estrategia, la hablante logra el juego de relecturas que propone posibles interpretaciones, donde la preeminencia del cuerpo implica un redescubrimiento de la condición humana, sin menoscabo del orden espiritual.

Lo humano se asocia con lo material, con la corporalidad exterior y, dentro de ella, se manifiesta el desplazamiento de los elementos espirituales, porque cada vez que se mencionan éstos, aparecen dispuestos por contigüidad funcional, en relación con el cuerpo. Este mecanismo permite una lectura unificadora de las relaciones eróticas y sexuales. El enlace de los planos humanos y espirituales se inscribe como un procedimiento expresivo innovador en el ejercicio poético costarricense.

El discurso del cuerpo (9) no es visto con impudor, sino con la naturalidad de los elementos terrestres. La tradición cultural asocia lo femenino con la tierra como elemento pasivo, pero en el poemario de Eunice Odio se da una ruptura: la conciencia del cuerpo como poder artístico; la capacidad de construcción lingüística como sujeto del deseo, el establecimiento de una relación igualitaria en el plano de la sexualidad, así como su perspectiva de mostrarse y nombrarse a sí misma; mirar al otro y nombrarlo. El código dialógico del sistema de significados expresivos, en los órdenes de lo femenino y de lo masculino bidireccionaliza el texto hacia una ruptura: la prevalencia de la voz femenina en el orden del discurso, que se comporta como una ruptura ideológica en el contexto de producción de la poesía costarricense de ese momento, cuando la voz femenina permanecía excluida o marginada.

La preocupación por la poesía del cuerpo es el más decisivo aporte del libro Los elementos terrestres (10) de Eunice Odio -quien nació en Costa Rica hace 90 años y murió en México hace 35 años-, pues dicho nudo de significación se presenta en las facetas de lo sensual, el erotismo y lo físico-carnal, como elementos integrales de la sexualidad. Las diversas partes de lo corporal establecen un código poético que se plasma en la evocación erótica del deseo o el placer y desde la perspectiva de lo sensual que activa las zonas erógenas. El erotismo de los textos odianos se ve reforzado cuando entran en juego las referencias a especies animales, vegetales o líquidas, que funden dichos elementos con el eros, con esto, la perspectiva lírica se ve enriquecida en el tratamiento de sus diversos nudos temáticos.

La expresión física de lo corporal (11), en la voz poética de la costarricense Eunice Odio, constituye una perspectiva de rompimiento de tabúes patriarcales. Su apuesta por lo corporal es un redescubrimiento temático, al centrar su perspectiva poética, tanto en el cuerpo femenino como en el masculino. Esas partes llegan a resignificarse cuando interactúan en el plano de lo simbólico cultural, más allá de lo que sería una simple experiencia personal. El abordaje sexual es dialógico y alcanza grandes posibilidades en la expresión del cuerpo, elemento a partir del cual se genera la semiosis profundamente sensual y sexual del poemario, que se presenta con gran naturalidad y con un lenguaje novedoso y transgresor, lleno de lirismo, en el mapa de la poesía vanguardista centroamericana.

El texto, en su conjunto, muestra imágenes sensoriales de gran calidad, que reivindican el descubrimiento integral del cuerpo como fuente de goce de la experiencia de la sexualidad y, a partir de aquí, de comunicación espiritual entre lo femenino y lo masculino. Las alusiones a la esterilidad no son un obstáculo para que la amada disfrute el placer o el goce con intensidad; dicha condición la expresa con dolor, sin embargo, no disminuye su capacidad de amar.

La asimilación de lo espiritual inmerso dentro de lo humano es una expresión del discurso poético odiano. La equiparación cuerpo-alma homologa dichos planos como propuesta de unidad poética. De ella se desprende la incompletitud que lleva a los amantes a buscar su unidad física en el otro. La prevalencia del cuerpo implica un redescubrirse, sin inhibiciones, lo que constituye un mecanismo poético innovador en la lírica costarricense en la segunda mitad del sigo XX.

Es decir, en Los elementos terrestres (12), de Eunice Odio, la expresión dialógica de lo femenino y de lo masculino se manifiesta, poéticamente, como el resultado de la experiencia erótica y sexual y ésta como unidad entre los planos humano y espiritual.

Es ocasión propicia para recordar, desde el Laberinto del Torogoz, del humanista poeta salvadoreño André Cruchaga, los 90 años del natalicio de Eunice Odio y seguir disfrutando de la extraordinaria intensidad expresiva de su obra poética. Para quienes deseen hurgar la sintonía vital entre las escritoras costarricenses Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, los remito a un documentado deslinde biográfico realizado por el investigador Mario Esquivel Tovar (13).

Eunice sigue vigilante. Su poesía esplende por América Latina. Es un nombre extremadamente interesante para leerla y divulgarla. Es nuestro compromiso ético y estético.


Lic. Miguel Fajardo Korea, profesor de la Universidad Nacional (Costa Rica).

Notas:
(1) Con Los elementos terrestres, Eunice Odio obtuvo el Premio Centroamericano '15 de setiembre', Guatemala, 1947. El libro se publicó en 1948, hace 61 años. El texto no se publicó en Costa Rica hasta en 1984, es decir, 36 años después.

(2) En Los elementos terrestres, de Eunice Odio, se cita 133 menciones corporales, con base en las 39 partes anatómicas citadas, que interactúan entre sí como un cuerpo hablante.

(3)Cfr. Esquivel Tovar, Mario. 'Eunice Odio en Centroamérica. Mirar amargo y fruto dulce de una mujer inolvidable'. En Forja. Semanario Universidad, Costa Rica, núm. 878, 7 de junio de 1989, págs. 1-3.

(4) Cada vez que se haga referencia al poemario de Eunice Odio Los elementos terrestres (Editorial de la Universidad de Costa Rica/Editorial de la Universidad Nacional, San José, 1996) se utilizará la sigla LET, seguido de la página correspondiente.

(5) Paz, Octavio. Los signos en rotación y otros ensayos (Alianza Editorial, Madrid, 1971, pág. 87).

(6) De acuerdo con Chevalier, “la mano es como una síntesis, exclusivamente, de lo masculino y lo femenino; es pasiva en lo que contiene, activa en lo que tiene” (Chevalier, 1986: 685).

(7) Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI, México, 1999, pág. 80).

(8) Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI, México, 1999, pág. 45).

(9) Bianco, Aracelly y Fajardo, Miguel. El acento corporal en 'Los elementos terrestres' de Eunice Odio. (Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica, 2003, pág. 121).

(10) En España se editó este poemario hace dos décadas, con prólogo de Rima de Vallbona.
Cfr: Odio, Eunice. Los elementos terrestres. (Torremozas, Madrid, 1989).

(11) En el 2004 presenté la ponencia 'La poesía del cuerpo' en la Casa de Poesía Silva, en el XII Festival Internacional de Poesía de Bogotá, Colombia. Cfr: Fajardo, Miguel. 'La poesía del cuerpo'. En Anexión (Guanacaste, Costa Rica, junio-2005, pág. 16). Asimismo, dicha ponencia se encuentra disponible pinchando aquí. Igualmente, se puede leer en la revista electrónica Letras de Uruguay, de Carlos Echinope y en la revista digital chilena Pluma Negra, de Ana Montrosis.

(12) En el marco de la declaratoria 'San José, Capital Iberoamericana de la Cultura', Rodolfo Dada compiló un texto antológico sobre Eunice, donde incluyó los poemas I, II, III y VIII del libro en análisis. Cfr: Odio, Eunice. Antología (Editorial Lunes, San José, 2006, págs. 9-20).

(13)Cfr. Esquivel Tovar, Mario. 'Yolanda y Eunice: vidas paralelas'. En Suplemento Los Libros. Semanario Universidad, Costa Rica, Nº 1674, del 12-19 de julio del 2006, pág .2.

Añadido por Francisco Cenamor en 1:29







EUNICE ODIO - Agua de Mercurio-






APRISIONADA POR LA ESPUMA


I
Aprisionada en cárceles de espuma,
en la medida de tu cuerpo,
no veo pasar la noche,
sólo veo el día
que entra por tus axilas transparentes
y te desnuda.

Veo, amor mío,
el lecho donde estamos
y compartimos
las dádivas,
los cielos...
Todo lo que nos negó y afirmó como lo que somos:
mil años de alegría corporal
y materia sin sombra
y palabras
que se dicen diurnamente porque vienen del aire
y hay que oírlas y decirlas
a través de los árboles
y en lo que no se escribe porque aún no se inventa su
nombre;
porque su júbilo
todavía no ha sido descubierto
y las flores de su alrededor
aún no son cosas del viento
(aún no han ido a un invierno ni regresado a la primavera).

II

Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,
igual que van los ríos a los pájaros
y ellos al espacio desatado y florido.

Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan, los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no volverán...

Porque eso es tu cuerpo:
un adentro, un afuera compartido
por mí y por el viento,
por el mar y los seres que lo guardan;
por el color y las embestidas del otoño,
y las andanzas del verano
¡que viste cosas silvestres
y es custodio de las abejas
y funde las hierbas en un crisol matutino,
en una prolongación de azucenas.

*****

EPÍGRAFE

I
Tu mano en que desdoblan ruiseñores
su pálido desnudo,
su ancho pecho de musgo coronado,
es mano que abre al viento reclinado
claro jazmín entre la sien oscura.

Sí, deshojada el agua entre la frente,
labra pequeña placidez de lirio
y entre los dedos gajos de violines.

II
Tiende el oído y óyeme esta canción
que es como semilla de estaciones.

Que es como la casa de verano
donde me crece de la mano un niño,
y el alma da empujones a la orilla,
y es como piel el alma -no se siente.

Entraremos de pronto en el verano como árboles
vegetalmente abiertos de oídos y de polvo,

Porque todo refluye hacia el arribo,
asciende el vientre a capital de fruto
y el aire hacia ecuación de golondrina.

¡Brotes sacramentales de la hierba,
oh, dádivas subiendo de la entraña,
suma de transitados alimentos!

Y a la altura del pecho y la labranza
semilla de silencio y luz desierta.

Todo regresa hasta su forma exacta.
La vida retoma su ambición pequeña
de ser, del todo, vegetal profundo,
recóndito edificio y luz abierta.

***



LA DAMA DE BRONCE

(fragmento)

La Dama de Bronce
tenía el cuerpo

afilado y hambriento;
tenía desnuda la mirada.

¡Cúbrela, Dama de Bronce!
¡Guárdala!

Su garganta caía lentamente hacia el Hudson

¿Adónde vas, Dama de Bronce,
veloz tu cielo azul, lento el cayado?

¿Qué aguja cristalina te atraviesa y despierta
los párpados, los astros?

En la ruta,
la penetrante ruta donde un rayo
se asomaba a los días terrenales,

la Gran Dama de Bronce,

la querida del tiempo matutino,

la fulgurante amada despredida
de frescas arpas y nublados lechos,

llamó a una puerta
que ella creyó temprana,

puerta de entrada a transparentes horas.

Y fue la puerta de la noche abierta,
la sombra en carne viva por el alba.

Estaba hecha de agrietada espuma,
del escombro de un ojo,
de solitaria sien y putrefacta altura.

Aquella puerta era un tapiz agónico

en donde cada cuerpo confundía su aliento
con la garganta próxima.

¡Dama de Bronce!,

Sierva de la mañana!

¡Da un paso interno,
toca con las entrañas
la rosa de los vientos!

¿No habrá, en estas líneas,
la longitud de una pupila sola?

¿No habrá un eco, un indicio
que me esconda?

Y de pronto pasó
(más bien volvió del fuego)

una sagrada estirpe solitaria.

Era un hombre escoltado por el fuego
y vestido como viste el espacio.

De su cintura y de su alegría
partía el ciervo claro.

Tenía la lengua en la mirada pura
y un río
(una copa de guirnaldas oscuras).

El hombre vio los pechos,

los ojos

de la Dama de Bronce

y ella

-bandera de oro ebio,
victoriosa soledad de la tarde-

dio un paso interno
(su paso era una rosa caminante,
una flor calcinada),

marchó sobre agua viva,
sobre el río que volverá mañana.

Nueva York, 1961

***

POEMA PRIMERO (Posesión en el sueño)

Ven
Amado

Te probaré con alegría.
Te soñaré conmigo esta noche.

Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu boca.

Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.

Antes que yo se te abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo.

Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado a mi alma,

Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se dilata.

Ven

Te probaré con alegría.

Manojo de lámparas será a mis pies tu voz.

Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total , sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en apretada soledad.

Ven
te probaré con alegría.

Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarás aromas caídos nuestras bocas.

Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.

De "Los elementos terrestres"

***

POEMA SEGUNDO (Ausencia de amor)

Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,

cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.

Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas morenos y distantes,

Cómo será tu pecho cuando te amo.

Cómo será encontrarte cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.

Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como frutales conchas
y celestes cabañas.

Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,

Con aire de laguna
y ropa de peligro.

Me vió desde su torre
un auriga de jaspe,

yo te andaba buscando
por entre el verde olor de sus caballos,

Por entre las matronas
con pañales y pájaros;

Y pensando en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre hierbas amargas.

Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.

Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.

II

Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad
y tu ciudad extraña,

Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado pasto vencidas y entornadas.

Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de islas
con tu brillante dádiva.

Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco

y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua y el rastro de la abeja.

Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi alma,

Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y perdida.

Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.

Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón entre las manos
congregado y solo.
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he hallado.

Cómo será buscarte en la distancia.


***


POEMA TERCERO (Consumación)

Tus brazos
como blancos animales nocturnos
afluyen donde mi alma suavemente golpea.

A mi lado,
como un piano de plata profunda
parpadea tu voz,
sencilla como el mar cuando está solo
y organiza naufragios de peces y de vino
para la próxima estación del agua.

Luego,
mi amor bajo tu voz resbala,

Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros,

Y me estallan al pecho palomas y desnudos.

Y ya dentro de ti
yo no puedo encontrarme,
cayendo en el camino de mi cuerpo,

Con sumergida y tierna
vocación de espesura,

Con derrumbado aliento
y forma última.

Tú me conduces a mi cuerpo,
y llego,
extiendo el vientre
y su humedad vastísima,
donde crecen benignos pesebres y azucenas
y un animal pequeño,
doliente y transitivo.

II

Ah,
si yo siquiera te encontrara un día
plácidamente al borde de mi muerte,
soliviantando con tu amor mi oído
y no retoñe...

Si yo siquiera te encontrara un día
al borde de esta falda
tan cerca de morir, y tan celeste
que me queda de pronto con la tarde.

Ah,
Camarada,

Cómo te amo a veces
por tu nombre de hombre

Y por mi cuello en que reposa tu alma.

***

POEMA CUARTO (Canción del Esposo a su Amada)

Asomada a mi pecho
tatuada en él como la edad
y el daño.

Como una suave grey de colinas
cuyo rumbo retorna con el alba,

Habla mi amada
con su amor que tiene
apenas pecho diurno y voz descalza.

A mi sombra
se bordearon de pulpa su caderas.

Por mí arrea con sus pechos
el ganado del alba,

Y la tarde a su paso se quebranta,
como de junco herido
y laurel entornado.

Párpados transitados
de nieve y mediodía,

Pozo donde mi boca
desmedida resbala
como torrente de paloma
y sal humedecida.

Sobre los muslos te pusieron
racimos de ira y vocación de besos.

Yo haré que de tus muslos
bajen manojos de agua,
y entrecortada espuma,
y rebaños secretos.

Ven,
Amada.

Los árboles
todos tienen tu cándida estatura,
y tu párpado caído,
y tu gesto mojado,

Edificio de alondras
habitado de climas
donde legisla el sol
sobre viñedos de oro.

A tu sombra
me encontrarán los pájaros salvajes.

Tu voz de aire caído
entre cuatro azucenas,
desfilará en mi oído
como acude la tarde.

Ven,
te probaré con alegría,
tú soñaras conmigo
esta noche.



***


POEMA QUINTO (Esterilidad)

El hombre
nacido de mujer,
corto de días y harto de sinsabores;
que sale como una flor, y es cortado,
y huye como la sombra, y no permanece.
Job 14, 1 y 2.

Tal como flor que sale
y es cortada,

Con la piel por donde huye
la risa de los niños,

Y llena hasta los muslos
de tristeza;
así es nuestra hermana
en cuyo umbral
naufraga el cuerpo de uso eterno.

Golpe de viento nuevo
inexperto en aromas,
y sin rubor azul ya despreciada sombra,
escombro de oro en sueños por las ramas.

Carne en que tropezara de costado
la gracia del alumbramiento,

Fácil como los signos en reposo
por donde llega de la mano el niño;

Asomada al arrimo,
con media flor y apenas
medio rostro,

Y con el vientre en que tembló
una piedra.

Con un desfiladero en cada pecho,
sola,
venas arriba por los ojos,

Sola
como el primer hombre cuando descubrió
la primera sonrisa
y se volvió,
de pronto,
con todo el cuerpo
a flor de fabuloso labio estremecido,
más solo que antes,
cuando no tenía sonrisa cotidiana
que dividir en dos pedazos triunfales;
cuando no pensaba en el otro
y descendía junto a su piel profunda,
roto entre los sonidos venideros
como pájaro en proyecto por los árboles:
júbilo de vacío jubiloso.

Como huella que cae
clara y sin cuerpo
y no levanta hoja
que al volver por el suelo,
alta de días,
instale al humus su unidad primera,

Así es nuestra hermana.

Secreto cauce
quieto,
agua sin ruido.

Nacida de mujer,
corta de días, y harta de sinsabores;
que sale como una flor, y es cortada,
y huye como la sombra, y no permanece.



Reseña biográfica:

Poeta costarricense nacida en San José en 1922.Desde muy temprana edad se inició en la lectura de los clásicos cultivando el ensayo, la narrativa y la poesía, con una gran riqueza de los recursos líricos, para dar vuelco a las inclinaciones tradicionales de los textos bíblicos y temas tradicionales, convirtiéndola en un punto de referencia importante en el panorama literario de Centroamérica.En 1947 ganó el Premio Centroamericano de Poesía 15 de Septiembre con su obra «Los Elementos Terrestres». Cansada del rechazo de una sociedad urbana tradicionalista, se trasladó a México, país donde residió hasta su muerte, en 1974. Del resto de su obra merecen destacarse «Zona en Territorio del Alba» en 1953, «El Tránsito de Fuego» en 1957, «El Rastro de la Mariposa» y «Los trabajos de la Catedral.











YORGOS SEFERIS - NIJINSKY-








NIJINSKY


Por: Yorgos Seferis (1900-1971)





Se me apareció, cuando yo miraba, en la chimenea, las brasas incandescentes. Llevaba en la mano una enorme caja de fósforos rojos. Me la mostró, como esos prestigitadores que sacan un huevo de la nariz de vuestro vecino. Tomó luego un fósforo, echó fuego a la caja, y despareció detrás de una llama gigantesca. Poco después se plantó frente a mí. Recuerdo su sonrisa cereza, sus ojos vidriosos. En la calle, un organillo repetía al infinito la misma nota. Soy incapaz de decir cómo estaba vestido. Me hacía pensar obstinadamente en un ciprés púrpura. Lentamente sus brazos comenzaron a descolarse de su cuerpo tieso, en forma de cruz. Pero ¿de dónde salían todos esos pájaros? Hubiérase dicho que los había ocultado bajo sus alas. Volaban torpemente, alocados, embriagados; se daban contra los muros, contra los vidrios de la estrecha pieza y caían sobre el piso, como golpeados por la muerte. Yo sentía amontonarse a mis pies un tibio cúmulo de plumones y de estremecimientos. Yo lo miraba. Un calor extraño recorría todo mi cuerpo. Cuando hubo terminado de levantar los brazos y después de juntar sus dos manos, dio un salto brusco, semejante al resorte de un reloj que se hubiese roto bajo mis ojos. Tocó el cielorraso que resonó con un ruido de címbalos, tendió su mano derecha, tomó el hilo de la lámpara, se balanceó un segundo, se dejó caer y, en la penumbra, se puso a trazar el número 8 con su cuerpo. Este espectáculo me aturdió bastante y me oculté el rostro en las manos. Apretaba la oscuridad sobre mis párpados escuchando el organillo que tocaba siempre la misma nota y que luego se detuvo secamente. Un soplo repentino, glacial, me envolvió. Sentía helarse mis pies, escuchaba el débil y aterciopelado eco de una flauta seguido de pronto por un redoble sordo y persistente. Abrí los ojos. Lo vi. Estaba en punta de pies, sobre una bola de cristal, en medio de la pieza, con una extraña flauta verde en la boca, sobre la que deslizaba sus dedos, como por millares. Los pájaros se reanimaron entonces y, en un orden extraordinario, alzaron vuelo y se juntaron. Formaron un gran cortejo que hubiéramos podido enlazar y de pronto huyeron en la noche por la ventana que se encontraba abierta no sé cómo. Ya no quedaba un ala en la pieza, solamente un olor sofocante de caza. Entonces, me decidí a mirarlo de frente. No tenía rostro: encima del cuerpo púrpura –que se habría dicho decapitado- había una máscara de oro, como las de las tumbas de Micenas, con una breve barba cuya punta le llegaba al cuelo. Intenté levantarme, pero antes de que esbozara el menor gesto, un ruido ensordecedor, una pila de címbalos desmoronándose en una marcha fúnebre, me clavó en mi lugar. Su máscara acababa de caer. Su rostro reapareció, tal como era al comienzo, con sus mismos ojos, su misma sonrisa y algo que yo advertí por primera vez: su piel blanca, tendida por dos mechas negras que la tomaban, como si fuesen pinzas, al nivel de las orejas. Intentó saltar, pero había perdido ya la flexibilidad del comienzo. Creo, incluso, que trastabilló sobre un libro caído por azar y que se arrodilló a medias. Podía ahora contemplarlo a mi gusto. Veía perlar por sus poros finas gotas de sudor. Una especie de jadeo me oprimía. Trataba de comprender por qué sus ojos me habían parecido tan extraños. Los cerró y quiso volver a elevarse. Esto debía ser muy difícil por cuanto parecía luchar, sin lograrlo, por reunir todas sus fuerzas. Se volvió a arrodillar, pero esta vez totalmente. Su piel estaba terriblemente pálida, parecían cabellos muertos. Si bien yo asistía al espectáculo de una agonía, me sentía ya mejor; tenía el sentimiento de haber vaciado alguna cosa.

No tuve tiempo de respirar cuando luego lo vi extenderse de todo su largor sobre el suelo y desaparecer en el corazón de una pagoda verde pintada sobre mi alfombra.



El Zorzal y otros poemas. Buenos Aires. Editorial

Enviado por: Óscar González


RESEÑA BIOGRÁFICA

Esmirna, hoy Izmir, (Turquía, 1900-Atenas, 1971) Poeta y diplomático griego. Estudió derecho en París, donde conoció la poesía simbolista francesa, que habría de influir en su primera obra, Estrofa (1931). Posteriormente fue designado embajador en Londres, cargo que desempeñó hasta 1962. Gran admirador y conocedor de la poesía de T. S. Eliot, que tradujo al griego, adaptó su perspectiva historicista para aplicarla, a lo largo de toda su obra, a una profunda reflexión, de tono metafísico, acerca del presente y el pasado de Grecia. Sus principales obras son Mithistórima (1935), Diario de a bordo (1940-1955), El zorzal (1946), Tres poemas escondidos (1966). Póstumamente se publicó su Diario, donde manifiesta un gran dominio de la prosa y un agudo sentido crítico. En 1963 recibió el Premio Nobel de Literatura.



VASLAV NIJINSKY - "Ahora Puedo Bailar con mi Sombra"-


DIARIO
Por: Vaslav Nijinsky (1890-1950)

He desayunado bien, pues he comido dos huevos pasados por agua y patatas fritas con habas. Me gustan las habas, sólo que son secas. No me gustan las habas secas, pues en ellas no hay vida. Suiza está enferma, pues está llena de montañas. En Suiza la gente es seca, pues no hay vida en ella. Yo tengo una criada seca, pues no siente. Piensa mucho, pues la secaron en otro sitio donde estuvo sirviendo mucho tiempo. No me gusta Zúrich, pues es una ciudad seca. En ella hay muchas fábricas y además muchos hombres de negocios. No me gusta la gente seca, y por eso no me gustan los hombres de negocios. (Pág. 9)

… No he experimentando más que cosas horribles. Temo a la gente, pues no me sienten, sino que me comprenden. Temo a la gente, pues quieren que lleve el mismo tipo de vida que ellos. Quieren que baile cosas alegres. No me gusta la alegría. Amo la vida… (Pág.14)

… Comprendo lo que es la diversión. Yo no soy divertido, pues sé que la diversión es la muerte. La diversión es la muerte de la razón Temo a la muerte y por eso amo la vida… (Pág. 17)

Que el hombre desciende del mono no lo dijo Nietzsche, sino Darwin. Se lo he preguntado a mi mujer por la mañana, pues he sentido pena por Nietzsche. Me gusta Nietzsche. Él no me comprenderá, pues piensa. Darwin es un hombre sabio. Mi mujer me ha dicho que escribió cosas eruditas en francés, se llaman Historia de la naturaleza. La naturaleza de Darwin era falsa. Él no sentía la naturaleza. La naturaza es vida y la vida es naturaleza. Amo la naturaleza. Sé lo que es la naturaleza. Comprendo la naturaleza, pues siento la naturaleza. La naturaleza me siente. La naturaleza es Dios. Yo soy la naturaleza. No me gusta la naturaleza falsa. Mi naturaleza es viva. Yo estoy vivo. Conozco personas que no comprenden la naturaleza. La naturaleza es una cosa magnífica. Mi naturaleza es magnífica. Sé que me dirán que yo también estudio, pero yo estudio la naturaleza de acuerdo con el sentimiento. Mis sentimientos son grandes y por eso sé lo que es la naturaleza sin estudiarla. La naturaleza es vida. La vida es naturaleza… (Pág. 24)

… Viví en casa de la madre de mi mujer durante la guerra. Comprendí la guerra, pues combatí con la madre de mi mujer. Quise entrar en un restaurante, pero una fuerza interior me retuvo. Llamo fuerza interior al sentimiento… (Pág. 25)

… Ahora estoy escribiendo con un lápiz químico. Quiero describir mis aventuras con las prostitutas. Yo era muy joven y por eso cometía tonterías. Todos los jóvenes cometen tonterías. Perdí mi equilibrio y fui por las calles de París a buscar prostitutas. Pasaba mucho rato buscando, pues quería que la chica fuese sana y hermosa. A veces me pasaba el día entero buscando y no encontraba ninguna, pues no tenía experiencia en buscarlas. Hacía el amor con varias prostitutas al día. Sabía que mis acciones eran horribles. No me gustaba lo que estaba haciendo, pero mis hábitos se intensificaron y comencé a buscarlas. Conocía un horrible sitio donde había prostitutas. Ese sitio era un bulevar. Paseaba por el bulevar y a menudo me encontraba con prostitutas que no advertían mi presencia. Recurría a todo tipo de artimañas para que las prostitutas repararan en mí. Ellas se fijaban poco en mí, pues iba vestido con sencillez. No quería ir vestido con ostentación, pues temía ser descubierto. En una ocasión, iba persiguiendo a una prostituta que había torcido en dirección a Lafayette (los almacenes)… (Pág. 27) ¨

(…) La gente dirá seguramente que Nijinsky se finge loco para realizar sus horribles actos. Debo decir que los actos horribles son una cosa horrible y por eso no me gustan y no quiero realizarlos. Antes los realizaba, pues no comprendía a Dios. Lo sentía, pero no lo comprendía. Es lo que hace hoy toda la gente. Todas las personas tienen sentimientos, pero no comprenden el sentimiento. Quiero escribir este libro, pues quiero explicar lo que es el sentimiento. Sé que muchos dirán que es mi punto de vista sobre el sentimiento, pero sé que eso es falso, pues ese punto de vista emana de los mandatos divinos. Yo soy, como Cristo, un hombre que con los mandatos divinos. Temo al pueblo, pues pienso que tiene intenciones brutales y puede comprenderme mal y entonces someterme a un linchamiento… (Pág. 30)

(…) No necesité ir a la universidad, pues no tenía que saber tanto. No me gustan las universidades, porque se dedican a la política. La política es muerte. La política interior y exterior. Todo lo que se ha inventado para el gobierno es política. La gente ha perdido el norte y no pueden entenderse unos a otros, y por eso se han dividido en partidos. (Pág. 45)

(… )No me gusta el Hamlet de Shakespeare, pues piensa. Yo soy un filósofo que no piensa. Soy un filósofo con sentimiento. No quiero escribir invenciones. Me gusta Shakespeare por su amor al teatro. Shakespeare entendió el teatro como algo inventado. Yo he entendido el teatro a partir de la vida. Yo no soy una invención. Soy vida. El teatro es vida. Yo soy teatro. Conozco sus hábitos. El teatro es hábito y la vida no es hábito. Yo no tengo hábitos. No me gusta el teatro con escenario cuadrado. Me gusta el teatro circular. Construiré un teatro circular. Sé lo que es el ojo. El ojo es el teatro. El cerebro es el público. Yo soy el ojo en el cerebro. Me gusta mirarme en el espejo y ver un ojo en mi frente. A menudo dibujo un ojo (1)… (Pág. 63)

Me gustan los bufones de Shakespeare. Tienen mucho humor, pero a veces se enfurecen y por eso no son Dioses. Yo soy un bufón de Dios y por eso me gusta bromear.
Quiero decir que el bufón es bueno allí donde hay amor. Un bufón sin amor no es Dios. Dios es un bufón. Yo soy Dios. Nosotros somos Dioses, vosotros sois dios… (Pág. 143)

Quiero escribir sobre mi vida como artista. Yo estaba nervioso, pues practicaba mucho el onanismo. Practicaba el onanismo porque veía a muchas mujeres hermosas que coqueteaban. Las desea y practicaba el onanismo. Observé que se me empezaba a caer el pelo. Observé que los dientes se me empezaban a pudrir. Observé que estaba nervioso y empezaba a bailar peor. Comencé a practicar el onanismo una vez cada diez días. Pensé que diez días era el intervalo necesario, que todos debían correrse una vez cada diez días, pues había oído que lo decían los mayores. No tenía más de diecinueve años cuando comencé a practicar el onanismo una vez cada diez días. Me gustaba tumbarme y pensar en mujeres, pero después me corría, y decidí excitarme conmigo mismo. Contemplaba mi miembro erecto y me excitaba. No gustaba, pero pensaba que “ya que he puesto en marcha la máquina, hay que acabar.” Acaba rápido. Sentía que la sangre afluía a mi cabeza. No me dolía la cabeza, pero sentía dolor en las sienes. Ahora siento dolor en el estómago, pues he comido mucho, y tengo el mismo dolor en las sienes que entonces, cuando practicaba el onanismo. Practicaba el onanismo cuando bailaba, pues me había dado cuenta de que era la muerte para mi danza. Comencé a reservar mis fuerzas y por eso lo dejé. Comencé a “ir de putas”. Me resultaba difícil encontrar prostitutas, pues no sabía donde buscarlas. Me gustaban las prostitutas de París. Las deseaba, pero después de una vez no quería hacer nada más. Me gustaban esas mujeres, pues eran buenas personas. Sentía dolor cada vez después de la copulación. No escribo este libro para que la gente sienta lascivia. No me gusta la lascivia. No siento lascivia cuando escribo estas líneas. Lloro amargamente. Me doy cuenta de todo lo que he vivido y por eso escribo sobre la lascivia. Mi lascivia por poco me lleva a la ruina. Sentí debilidad. No podía componer los Juegos. (2) Creé ese ballet sobre el tema de la lascivia. Ese ballet no tuvo éxito, pues yo no lo sentía. Lo comencé bien, pero después empezaron a meterme prisa y no lo acabé. En ese ballet se ve la lascivia de tres jóvenes. Comprendí la vida a los veintidós años. (Págs 225-226)

(…) Fui bautizado en dos ciudades. (3) Nací en una ciudad. Mi ciudad fue y es mi madre. Una madre no puede decir nada. Yo pido su amor. Quiero su amor. Escribo escribo escribo. Quiero quiero quiero. (P. 138)

(…) Los críticos piensan siempre que son más inteligentes que los artistas. A menudo abusan de su poder, pues vituperan al artista por su actuación. El artista es pobre y por eso tiembla ante el crítico. Se siente dañando y ofendido. Llora en su alma. Conozco a un crítico arbitrario, un pintor, al que no le gustaban los artistas que no se humillaban ante él. Se llamaba Alexander Benois. (4)

… Diághilev es una persona atildada y le gustan los museos. Yo considero que los museos son cementerios. Él considera que los museos son vida. Un museo no puede ser vida, aunque sólo sea porque contiene las obras de artistas muertos. Considero que no hay que conservar los cuadros de los muertos, pues arruinan la vida de los artistas jóvenes. El artista joven es comparado con el del museo. Conozco a un artista al que no le dejaron graduarse en la Academia de Artes sólo porque sus cuadros no se parecían a los de los museos. Ese artista se llamaba Anisfeld. (5) Anisfeld era judío. Tiene hijos. Está casado, pero su mujer no lo ama. Lo sé porque decía que reñía con su mujer. Lo recuerdo. Acudía a ver Diághilev y se lamentaba. Sé que amaba a su mujer, pues yo sentía el llanto de su alma. Era una buena persona. Le encargué muchos ballets. Ahora está en Norteamérica, donde pinta retratos y decorados. Por los periódicos se ve que goza de éxito. Estoy muy contento por él… (P. 180-181)

(…) He apagado la luz eléctrica, pues quería economizar. He comprendido el significado de la economía. No me importa gastar dinero, pero sí gastar energía. He comprendido que sin energía no habrá vida. He comprendido lo que significa el apagamiento de la tierra, y por eso quiero darle a la gente una idea sobre cómo se puede obtener electricidad sin carbón. El carbón es necesario para el calor de la tierra y por eso no quiero extraer carbón.

Quiero poner el carbón como ejemplo. La gente excava y excava en busca de carbón. La gente se asfixia a causa del carbón. A la gente le resulta difícil vivir, pues no comprende el significado del carbón. Yo sé lo que es el carbón. El carbón es un combustible. Sé que la gente abusa del carbón. Sé que la vida es corta y por eso quiero ayudar a la gente. No escribo para pasar el rato. Quiero hacer comprender a la gente la vida y la muerte. Amo la vida. Amo la muerte. No le temo a la muerte. Sé que la muerte es buena allí donde Dios la quiere. Sé que la muerte es mala donde no hay Dios (…)


(…) Seré el hombre más feliz cuando sepa que las cosas son compartidas por todos. Seré el hombre más feliz cuando actúe y baile y etc. sin pago en dinero o de cualquier otro tipo. Deseo amor hacia la gente. No deseo la muerte. Temo a las personas inteligentes. Huelen a frío. Me hielo cuando hay una persona inteligente a mi lado. Temo a las personas inteligentes, pues huelen a muerte. No escribo para entrar en razonamientos. Escribo para explicar. No quiero nada por este libro, pues no sé escribir. No quiero que mis libros se vendan. Quiero su publicación gratuita. Sé que hoy es difícil publicar sin dinero. Sé que la gente se está muriendo. Sé que comprenderán si estos libros están bien publicados y por eso los publicaré por dinero. He empleado poco tiempo en escribirlos, pero mi mujer quiere dinero, pus le teme a la vida. Yo no la temo, pero no tengo derecho a dejar a mi mujer sin recursos. (Pág. 190).


1. En la época en que escribía su diario, Nijinsky realizó muchos dibujos en los que por medio de arcos y círculos representaba ojos.
2. Juegos (Jeux) fue el segundo ballet coreografiado por Nijinsky, con música de Debussy. En él se representaban los coqueteos de dos mujeres y un hombre vestidos con ropa deportiva. Su estreno, en 1913, dejó desconcertado al público de París.
3. Nijinsky piensa que fue bautizado en Kiev, donde nació, y después en Varsovia, aunque al parecer sólo fue bautizado una vez y en esta última ciudad.
4. A.H. Benois (1870-1960), pintor, historiador y crítico de arte, uno de los fundadores de la revista El mundo del Arte. Fue junto a Bakst el responsable de diseño y decorados de los Ballets Rusos.
5. B. I. Anisfeld (1879-1973), pintor y diseñador de decorados. Miembro del grupo El mundo del Arte. y colaborador de los Ballets Rusos. Trabajó para Nijinsky en el espectáculo que esté presentó en Londres en 1914. Emigró a Estados Unidos en 1918.

Traducción y notas de Helena-Diana Moradell

Diario. Barcelona. Acantilado. 2003.
Material enviado por: Óscar González
Vaslav Nijinsky
Bailarín y coreógrafo de ballet ruso
Nació el 28 de febrero de 1890 en Kíev (Rusia), en el seno de una familia polaca. Asistió a la Academia Imperial de Danza, en San Petersburgo. Debutó en 1907 con el Ballet Imperial. Algún tiempo después se trasladó a París y bailó como miembro distinguido de los innovadores Ballets rusos, en su primera época, bajo la dirección de su productor Sergei Diáguilev. Pronto se transformó en primer bailarín. Fue el primero en representar los papeles principales en El espectro de la rosa, Petrushka, Schéhérezade y Las sílfides. Hizo la coreografía de La siesta de un fauno (1912) y La consagración de la primavera (1913) que suscitó comentarios y protestas en contra de la supuesta obscenidad del primero y la áspera temática del segundo, en el que una doncella debe sacrificarse bailando hasta morir de extenuación. Abandonó su carrera en 1918, al ser atrapado por la esquizofrenia, de la que nunca se llegó a recuperar completamente. Falleció el 8 de abril de 1950. Fue enterrado en París.