jueves, 15 de octubre de 2009

YORGOS SEFERIS - NIJINSKY-








NIJINSKY


Por: Yorgos Seferis (1900-1971)





Se me apareció, cuando yo miraba, en la chimenea, las brasas incandescentes. Llevaba en la mano una enorme caja de fósforos rojos. Me la mostró, como esos prestigitadores que sacan un huevo de la nariz de vuestro vecino. Tomó luego un fósforo, echó fuego a la caja, y despareció detrás de una llama gigantesca. Poco después se plantó frente a mí. Recuerdo su sonrisa cereza, sus ojos vidriosos. En la calle, un organillo repetía al infinito la misma nota. Soy incapaz de decir cómo estaba vestido. Me hacía pensar obstinadamente en un ciprés púrpura. Lentamente sus brazos comenzaron a descolarse de su cuerpo tieso, en forma de cruz. Pero ¿de dónde salían todos esos pájaros? Hubiérase dicho que los había ocultado bajo sus alas. Volaban torpemente, alocados, embriagados; se daban contra los muros, contra los vidrios de la estrecha pieza y caían sobre el piso, como golpeados por la muerte. Yo sentía amontonarse a mis pies un tibio cúmulo de plumones y de estremecimientos. Yo lo miraba. Un calor extraño recorría todo mi cuerpo. Cuando hubo terminado de levantar los brazos y después de juntar sus dos manos, dio un salto brusco, semejante al resorte de un reloj que se hubiese roto bajo mis ojos. Tocó el cielorraso que resonó con un ruido de címbalos, tendió su mano derecha, tomó el hilo de la lámpara, se balanceó un segundo, se dejó caer y, en la penumbra, se puso a trazar el número 8 con su cuerpo. Este espectáculo me aturdió bastante y me oculté el rostro en las manos. Apretaba la oscuridad sobre mis párpados escuchando el organillo que tocaba siempre la misma nota y que luego se detuvo secamente. Un soplo repentino, glacial, me envolvió. Sentía helarse mis pies, escuchaba el débil y aterciopelado eco de una flauta seguido de pronto por un redoble sordo y persistente. Abrí los ojos. Lo vi. Estaba en punta de pies, sobre una bola de cristal, en medio de la pieza, con una extraña flauta verde en la boca, sobre la que deslizaba sus dedos, como por millares. Los pájaros se reanimaron entonces y, en un orden extraordinario, alzaron vuelo y se juntaron. Formaron un gran cortejo que hubiéramos podido enlazar y de pronto huyeron en la noche por la ventana que se encontraba abierta no sé cómo. Ya no quedaba un ala en la pieza, solamente un olor sofocante de caza. Entonces, me decidí a mirarlo de frente. No tenía rostro: encima del cuerpo púrpura –que se habría dicho decapitado- había una máscara de oro, como las de las tumbas de Micenas, con una breve barba cuya punta le llegaba al cuelo. Intenté levantarme, pero antes de que esbozara el menor gesto, un ruido ensordecedor, una pila de címbalos desmoronándose en una marcha fúnebre, me clavó en mi lugar. Su máscara acababa de caer. Su rostro reapareció, tal como era al comienzo, con sus mismos ojos, su misma sonrisa y algo que yo advertí por primera vez: su piel blanca, tendida por dos mechas negras que la tomaban, como si fuesen pinzas, al nivel de las orejas. Intentó saltar, pero había perdido ya la flexibilidad del comienzo. Creo, incluso, que trastabilló sobre un libro caído por azar y que se arrodilló a medias. Podía ahora contemplarlo a mi gusto. Veía perlar por sus poros finas gotas de sudor. Una especie de jadeo me oprimía. Trataba de comprender por qué sus ojos me habían parecido tan extraños. Los cerró y quiso volver a elevarse. Esto debía ser muy difícil por cuanto parecía luchar, sin lograrlo, por reunir todas sus fuerzas. Se volvió a arrodillar, pero esta vez totalmente. Su piel estaba terriblemente pálida, parecían cabellos muertos. Si bien yo asistía al espectáculo de una agonía, me sentía ya mejor; tenía el sentimiento de haber vaciado alguna cosa.

No tuve tiempo de respirar cuando luego lo vi extenderse de todo su largor sobre el suelo y desaparecer en el corazón de una pagoda verde pintada sobre mi alfombra.



El Zorzal y otros poemas. Buenos Aires. Editorial

Enviado por: Óscar González


RESEÑA BIOGRÁFICA

Esmirna, hoy Izmir, (Turquía, 1900-Atenas, 1971) Poeta y diplomático griego. Estudió derecho en París, donde conoció la poesía simbolista francesa, que habría de influir en su primera obra, Estrofa (1931). Posteriormente fue designado embajador en Londres, cargo que desempeñó hasta 1962. Gran admirador y conocedor de la poesía de T. S. Eliot, que tradujo al griego, adaptó su perspectiva historicista para aplicarla, a lo largo de toda su obra, a una profunda reflexión, de tono metafísico, acerca del presente y el pasado de Grecia. Sus principales obras son Mithistórima (1935), Diario de a bordo (1940-1955), El zorzal (1946), Tres poemas escondidos (1966). Póstumamente se publicó su Diario, donde manifiesta un gran dominio de la prosa y un agudo sentido crítico. En 1963 recibió el Premio Nobel de Literatura.



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